El samurai doblo
sus ropajes, guardo su katana y su wakizashi, y se corto el moño. Se alejo
durante un tiempo del campo de batalla, todo un año se encerró en una cueva,
donde reflexiono sobre su vida. Alejado de todo, renovó su espíritu, y aunque
siempre lo supo, pudo confirmar que no puede vivir sin su espada, sus ropajes y
su moño. Su mente nunca perdió de vista
la katana, aunque la escondió lejos de manos ajenas. Durante un año el pelo
volvió a crecerle, y tras un empujoncito, pequeño, pero necesario, volvió a
coger sus ropas de batalla, las desdoblo, y noto de nuevo el peso inexplicable
de aquellas telas.